Primero cayeron mis brazos,
aquellos con los que te protejí.
Luego siguieron mis piernas,
con las que te di caza cuando intentaste huir.
Más tarde mi pecho se abrió
y perdí la columna en que me sostuve
cuando te fuiste.
Le siguieron mis pulmones,
sin el aire que me quitabas al mirarme.
Lo último que quedó fue mi corazón:
te pedí que te lo llevarás
para quedarme solo con mi orgullo
y así dejar de ser.
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