sábado, diciembre 17, 2005

Diálogo conmigo mismo, sentado, aparentemente sólo.














Recibo un llamado telefónico. "Juntémonos" -me dice- "en el bar de la esquina".
Al llegar, me espera con esa actitud desafiante, innata por lo demás, como si no tuviera nada que perder. En cierta forma es cierto: él no tiene nada que perder.
"Tienes una deuda conmigo" -me dice.
"Es cierto" -replico.
"Es hora de que me pagues".
"No. Cuando hicimos nuestro pacto, nunca hablamos de una fecha de pago. Además, ¿por qué razón debe ser justo ahora?".
"Así lo he decidido. ¿Eres feliz?" -me pregunta sonriendo.
"Sí, lo soy"
"Ahí está. Esa es la señal. Me llevo lo que me debes justo ahora, cuando vale más, cuando la valoro más"
"No hay trato" -le digo- "quizás en otra oportunidad, cuando la mujer que amo no esté a mi lado. De todas formas, tarde o temprano será tuya, así es que no hay apuro".
Me levanto, dejo un billete sobre la barra, me doy vuelta y dándole la espalda pienso si habré sido convincente.
"No podrás negarte por siempre" es lo último que le oigo decir, antes de que salga del bar camino a casa, donde me espera mi mujer.

Mis amigos siempre me preguntan de dónde saco el dinero para comprar música y yo les digo: "vendí mi alma al diablo y con lo que me da, compro discos".
Algunos se ríen.

lunes, diciembre 12, 2005

todos morirán en el fuego que comience 4




















Cuando tus ojos se miran en mis ojos
transforman mi sangre en lava,
que irrumpe en erupción en busca de tu cuerpo,
que como Pompeya arrasada por el ardor
espera que recorra tus veredas,
que como magma que reduce todo a cenizas
y petrificados nos inmortaliza,
desafía al tiempo
y asegura nuestro amor para siempre.

lunes, diciembre 05, 2005

Cepillo de dientes














En la noche más oscura, en el peor de los momentos, la única luz que logré ver fue mi cepillo de dientes.
De alguna forma, de alguna manera que no comprendo, en mi cabeza apareció la idea de que, si en tu baño aún guardabas mi cepillo de dientes, había esperanza: todavía me amabas.
Por eso, la primera vez que volví a tu lugar, me escabullí y lo busqué: tímidamente, rápidamente, así como por encima, para que no se notara una demora excesiva. Sin embargo, no estaba.
Por eso, ayer, cuando te escondiste y subrepticiamente apareciste con él en la mano, solo atine a sonreir y decirte "te amo".