Tendido,
entre tus piernas
encuentro la puerta que me lleva a tu corazón.
Tus ojos ya me han dejado entrar
con anterioridad.
Muerdo tus muslos
para caber sin dificultad.
Tu gemido es una invitación,
tu mano; la guía.
Dentro de ti
está el lugar para el amor.
Pero tú no lo sabes.
O lo niegas.
Quizás por temor.
Quizás por vergüenza.
Quizás porque aún no es tu tiempo.
Quizás porque aún soy demasiado extranjero
y no conozco bien la lengua,
el dialecto,
que se habla en ti.
Pero me lo enseñas.
Torpemente,
a tientas llegando al éxtasis,
lo aprendo,
lo aprehendo.
Soy hombre, después de todo.
Nada se da fácil para mi género,
nada se da fácil para mi especie.
Este es tu reino.
Eres Buda joven, inexperto.
¿Cómo enseñarme,
si aún hoy aprendes
sobre tus propios dominios?
Hay guerra civil en ti.
Mientras,
yo soy veedor.
Me has permitido la entrada.
Sospecho que no me puedes expulsar.
Dentro,
encuentro armas de destrucción masiva.
Pero no temo.
Me entrego a ti como prisionero de guerra.
Esta es tu tierra.
Son tus labios los que se abren para eregir ciudades,
edificios, templos.
Allí,
soy sacerdote.
Cuando acudes a la iglesia,
que construiste para mi,
te puedo contar mi fe.
Dios mediante,
nuestro amor será sagrado.
Tus pies diminutos que me ocultas,
o tus senos caoba que me regalas;
tus labios rosados que me cubren y me levantan:
todo son pistas,
vestigios de una ciudad perdida,
que debo rastrear,
que me lleva a la selva inexpugnable,
que debo atravesar,
antes de llegar a la puerta,
a la otra puerta
que da a tu corazón.
Cuadro: Bad Boy, Eric Fischl.
Inspiración:Criptomnesia