domingo, julio 08, 2007

El bosque y los árboles
















No puedes ver el bosque por causa de los árboles, me dices.
Los cúmulos de pinos que rodean la visión impiden que la humedad se vaya del cuerpo, del camino,
de los troncos y la arboleda.
El moho y el verdor nos rodea.
Nos somete.
La humedad percute los intersticios de nuestros abrigos,
mientras que el vaho
y una luz blanca que ilumina, tenue,
irrumpe en la oscuridad que aparece
entre medio de la corteza resquebrajada
y los anillos de los troncos que han caído presa de su propio peso
y su edad.
El otoño por un lado, el invierno, por el otro.
Al llegar al centro,
sentimos el crepitar de las ramas tiradas en el suelo,
el sonido ensordecedor del silencio que nos envuelve,
como si gigantes avanzaran entre los árboles hacia nosotros.
Y, sin embargo,
el silencio lo cubre todo.
Al compás de los pasos,
insectos y animales nos vigilan,
de lejos,
como temiendo perder su santuario.
Entonces encontramos una casa deshabitada.
El guardabosques parece haberse ido hace eones;
todo allí parece tener las marcas del paso del tiempo:
la herrumbre depositada lentamente en los tachos
que persisten en contener residuos de bebidas bebidas por otros,
las herramientas tiradas, desordenadas,
como señal de una vida pasada que se fue,
el hacha mellada,
la pala con restos de tierra, barro y lodo en su contorno,
y la oscuridad que lo ilumina todo.
La luz blanca insiste en apuntarnos,
helándonos en medio de la habitación.
Estamos de paso.
Reanudamos la marcha,
guíados por los ecos lejanos,
los sonidos distantes,
la esperanza remota.
El caminar se hace lento,
pesado,
a medida que continuamos, la salida parece estar cada vez más lejos.
En un abrazo final,
intentamos dar lo último para escapar del mundo que nos rodea,
del mundo que quiere devorarnos.
El musgo intenta apoderarse de nuestros pies,
de nuestros pasos;
con cada uno,
nos hundimos y hundimos en la tierra,
formando parte de ella,
uniéndonos en un lazo inesperado.
Al final, el mundo es otro,
nada parece igual;
el sendero nos ha llevado
por caminos obtusos,
desconocidos.
"Debimos traer migajas de pan" me dices.
Y yo pienso que es verdad.
Pero ahora, en medio de la nada,
rodeados por altos árboles de copas frondosas y cerradas,
que abrazan la luz y solo dejan pasar haces diminutos,
las preguntas afloran como los aromas que nos rodean.
No hay más adelante: es el aquí y el ahora.
¿Cómo salir?
Dejémonos llevar, dejémonos llevar.
El aire que nos atraviesa,
nos llevará al lugar donde pertenecemos,
nos conducirá al hogar anhelado.
Poco a poco, nos desvanecemos en lo oscuro
y cada uno de nuestros miembros se evapora,
y se esparce como semilla o fruto veraniego.
Al acabar,
la oscuridad completa todo
y el silencio acapara todos los lugares,
mientras el bosque vuelve a su rutina
y recupera su ritmo tradicional.
"El bosque y los árboles", me dices.








Foto: www.germanmartinez.cl

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