
Bendíceme Padre, porque he pecado.
Hace ya 18 años de mi última confesión.
He roto tus leyes,
una a una,
con alevosía y consciencia.
Dejé de amarte,
por sobre todas las cosas,
y entregué mi corazón
a naturalezas equivocadas.
Pronuncié tu nombre en vano,
y peor aún,
me burlé de él.
Deshonré tus festividades,
blasfemando tu nombre,
consumiendo mi alma,
corrompiendo tu voz.
Deshonré a mis padres,
negándolos,
apartando la mirada,
dejándolos en el olvido.
Cometí actos indebidos,
prohibidos en tu credo,
ganándome el castigo eterno.
Herí hasta la muerte
a las personas que me han amado
o que con valor se acercaron a mí,
sin saber.
Robé, por supuesto,
por codicia, avaricia,
o dejándome tentar por el capitalismo centrípeto.
Mentí para ocultar mis temores y mis debilidades,
así como mis heridas.
Blasfemé,
levantando falsos testimonios,
mintiendo y jurando en vano.
Como no,
mi mente ha estado llena de pensamientos impuros,
y mi cuerpo de deseos del mismo tipo.
He codiciado bienes ajenos,
por vanidad,
al creerme merecedor en desmedro de su dueño.
Dime entonces, Señor,
¿qué vas a hacer conmigo?
¿No he gando ya la puerta trasera de tu reino?
¿O vamos a hacer un pacto nuevo?
Comencemos otra vez:
perdóname y yo haré lo mismo contigo:
¿no es acaso suficiente
que me hayas abandonado todo este tiempo?
Cerreré mis ojos ante tí,
y me dejaré guiar por la fe que tú pusiste en mí.
Este es mi pacto nuevo.
Este es mi regalo para ti:
Mi amor, mi fe y mi cuerpo.